El bosque que ya no está
En un lugar del sur del México en un valle entre las puntas de los guajes donde el cielo es azul en primavera, los dioses cobran su tributo en verano con su macuahuitl eléctrico. Los otoños son tranquilos y los inviernos alegres con muchas fiestas por celebrar.
En la prehistoria se sabe que todo el valle fue un gran lago, donde los grandes mamíferos paseaban a los alrededores del pantano, los milenios pasaron y el lugar se fue secando, hasta dar pie a un bosque de coníferas del que actualmente vestigios quedan.
Mucho después llegó gente ahí, tribus de paso, que intercambiaban lo que cazaban y recolectaban, que se movían entre valles y montañas, en las épocas en que los humanos eran más simples, más libres aunque siempre luchando contra los elementos. Cuando una vida plena era de 40 años si tenía mucha suerte, luego a alguien se le dio por sembrar teocintle, posteriormente frijol, de ahí surgió el maíz, llegó la agricultura y el movimiento de las personas se frenó poco a poco, hasta que fue definitivo.
Volvieron a pasar milenios, se dice que había un bosque allí, qué raro que ni vestigios quedan, salvo algunos mezquites, ahuehuetes y huamuches (huamúchiles)…
La cuestión es que mucha gente se quedó a vivir, se cree que en las alturas de los cerros para evitar inundaciones, hablaban su lengua, tenían sus dioses, sus costumbres y su modo de vida, que por muchos siglos no cambió mucho, se dice que eran sabios más que guerreros. Zapotecos les llamaban, luego vinieron los mixtecos y los conquistaron (léase se mezclaron, tal vez a la fuerza aunque a qué humano no se le hace atractiva la belleza de un grupo distinto al suyo. Si no pregunten a los paisanos que se van a Europa).
A estos valles llegaron los Mexicas y volvieron a guerrear y conquistar, se dice que los bosques aún existían pero tengo mis dudas.
Pasó el tiempo, la mezcolanza genética y los movimientos humanos avanzando en la historia, llegaron luego personas de España acompañados de tlaxcaltecas.
Volvieron a conquistarnos, seguramente a sangre y plomo, tal vez no. En el pueblo donde ya no hay ocotes se cuenta otra versión:
Cuenta la historia que los religiosos dominicos lo hicieron más fácil, los pobres inditos atendieron el llamado de Dios (el cristiano), les dieron tamalitos y atole, con ello fue suficiente para que abandonaran sus creencias ancestrales, también para que olvidaran a sus dioses. A cambio de un tamal y un atole pasaron a bautizarse en la nueva fe, los elementos representados en dioses se convirtieron en santos, sin pelear y sin protestar, sin decir nada, solo aceptaron el rosario, las misas y el temor de Dios a cambio de unos tamales y un atole.
Por unos tamales y un atole acarrearon rocas y construyeron un templo, así sin decir nada hechizados por el sabor de la comida que era la mezcla de las dos culturas, conquistador y conquistado. Simplemente dijeron vamos a construirle su templo a estos señores que no se ven como nosotros, que vienen de un lugar extraño, en todo el proceso nada tuvieron que ver sus segundas pieles hechas de metal, nada tuvo que ver sus perros de combate, aquellos mastines mucho más grandes que los xolos que te ayudaban a cruzar el río cuando partías al Mictlán, esos perros que podían matarte mordiéndote el cuello y que solo obedecían al señor con armadura de hierro. Tampoco tuvo nada que ver la mortandad que ejerció el paramyxoviridae, ni la varicela o la rubeola, nunca hubo desesperanza ni terror.
El lugar aún celebra que no hubo guerra, ni violaciones, ni peste, todo se logró en paz, a cambio de una misa, rosarios, tamales y atole. Aún hoy día puedes ir al kiosco del lugar cada miércoles de cuaresma a festejar esta conquista pacífica a la ciudad tan pintoresca de la cual muchos post serán dedicados.
¿Y los árboles, ese bosque ancestral? Pues en algún punto se perdió, nadie sabe cómo, solo se sabe que la infinidad de ocotes que allí había le dieron nombre al lugar algún día se esfumó. Los ríos se secaron y de ellos solamente vestigios quedan, ahora la tierra ya casi no produce, son necesarias semillas de Syngenta para que el agricultor sobreviva.
Mi mente no puede rellenar el hueco histórico, tampoco he investigado lo suficiente, mi hipótesis, se cortaron tantos árboles para hacer leña, también necesitaba lugar para la siembra tal vez simplemente cambió el clima. El bosque ya no está, solo quedan casas, edificios y cerros, áridos y esteparios paisajes que solo las lluvias reverdecen cada año.
Las ideas revueltas quedan. Ese siempre fue el propósito, espero en el futuro pueda hilar una mejor narración y argumento.
Gracias por su visita amable lector.
Me despido por el momento.